miércoles, 29 de abril de 2020

Fuego Que Nace: Temporada 1

Yo soy Fuego que Nace




A mi me conocen con el nombre de Sihyaj K'ak' desde que estaba a cargo de una pequeña unidad de guerreros teotihuacanos, allá por el año 373. Nací el 29 de Marzo del año de 358. Justo cuando las lluvias cubren nuestros barrios, nuestra calzada y nuestras pirámides. Justo también, cuando nuestro Rio que cruza la calzada, se llena de agua y brota en los campos de cultivo que nos rodean.

Siempre he estado comprometido con Teotihuacan y creo en expandir nuestra presencia en el mundo y hasta donde podamos llegar. Si nosotros hemos prosperado y hemos hecho esta ciudad para los siglos, otros pueblos y otra gente merecen ser parte de nosotros.

Me formé bajo la tutela de Búho Lanzadardos mientras anexábamos a otros pueblos y ciudades para unirlos a nosotros. La gente de cada pueblo que hemos anexado, tiene un barrio al cual puede pertenecer. Cada uno que vive aquí, tiene dos hogares: su hogar original, al cual regresan de tiempo en tiempo, y su hogar en Teotihuacan. Aquí pertenece el que se esfuerza en el campo, en las artes y oficios o en la guerra.

Búho Lanzadardos se ha convertido en el líder real del consejo que gobierna la ciudad desde el 374. Nadie pensaba que fuese posible incorporar en nuestra ciudad gente de otras ciudades y creencias. Pero ha ido sucediendo poco a poco con el paso de los años y la vigilancia del consejo de la ciudad. Los cuatro rumbos cardinales están representados. Incluido el sur Maya.

Buho Lanzardos no es alguien que dedique mucho tiempo a resolver los problemas de nuestra ciudad. El es más bien alguien que piensa en los siglos que vienen. Traza el rumbo para que sigamos siendo el centro del mundo en los siglos venideros y en cada fuego nuevo. Todos sabemos que solo él puede llevarnos por las tierras por donde nace el sol en el invierno o las tierras donde se oculta.

Buho Lanzadardos sabe que gente como yo somos quienes estamos listos para iniciar cualquier incursión que se requiera, por mas corta o lejana que esta sea. Pero el, y el consejo, necesitan ojos y guerreros dispuestos a hacer lo necesario, para perdurar con nuestra ciudad y nuestro nombre, para siempre. Necesitamos los guerreros que hayan nacido donde sea, pero que vean el mismo Teotihuacan que vemos todos.

Desde que yo recuerdo, han habido barrios de zapotecos, otomíes, totonacos, mazahuas y mayas en la ciudad.  Pero todos tenemos claro que, pese a nuestras diferencias, debemos hacer preservar nuestro modo de vida. Nuestro maíz. Nuestro calendario. Nuestra tierra y nuestros dioses.


Crecí preparándome para la guerra

Nací y crecí en el barrio de la Xalla, desde donde veía a diario la pirámide del Sol iluminarse. Cada mañana, su ala oriente parecía encender el día, cuando ya muchos estábamos trabajando. En el campo, o los tejidos, o las armas o en la preparación de las comidas

A nuestro barrio lo rodeaba una gran muralla  que protegía a los cuatro unidades habitacionales. Yo vivía en la estructura situada al oriente y ahí honrábamos en particular a nuestro dios de la lluvia. Mis vecinos del ala norte, adoraban a nuestro dios del fuego y la fertilidad; y los otros al nuestro dios del monte, y nuestra diosa del agua. Todos nuestros días iniciaban con encender un poco de copal o ramas olorosas, a nuestro protector, y repetíamos la oración que nos habían enseñado antes de agarrar rumbo junto con los otros. Desde siempre solo recuerdo haber trabajado con los demás. Nunca he tenido la aspiración de ser alguien único o diferente. Teotihuacan no se construyó así y no perdurará de esa manera.

Yo me daba cuenta que vivir en la Xalla me hacía diferente a los demás. Pese a que mis vecinos de la Xalla y yo nos sabíamos privilegiados, todos comíamos lo mismo: maíz, frijol, calabaza, amaranto, perro, guajolote, conejo, liebre y venado.

En unas habitaciones de la Xalla, vivían los familiares de los cuatro miembros del consejo que gobernaba la ciudad. Cuatro áreas dispuestas como un trébol de 4 hojas. Desde entonces, yo veía a Buho Lanzadardos y desde ese tiempo quise ser parte de los guerreros que estarían a su lado para engrandecer a Teotihuacan.

Uno de los otros barrios se llama Teopancazco. Ahí vivían gente del rumbo Este de los pinos, y del rumbo húmedo del golfo. Todos ellos fueron llegando con sus familias, como proveedores de diferentes materias primas y productos de sus ciudades y aldeas. Con varios de ellos conviví antes de hacerme un guerrero. Con ellos aprendí los peligros que corríamos siendo la ciudad tan diversa y abierta que eramos. En todo el tiempo que he recorrido pueblos, yo nunca he visto algo similar a lo que teníamos en los mas de 1000 barrios de Teotihuacan.

De algunos habitantes de Teopancazco, aprendí a cortar la obsidiana y a ensamblarla en dagas, hachas y puntas de dardos. Hice varios Atlatls y aprendí a usarlos. También aprendí a hacer atuendos de guerra. Mientras aprendía yo todo eso, veíamos a otras familias del barrio, hacer vasijas, cocerlas y pintarlas.

Me fui dando cuenta que para ellos era importante retratar el cuerpo poniendo menos atención en en atuendos, símbolos y funciones sociales. Pero yo no veía esa preocupación con la naturaleza del cuerpo humano en la Xalla. En la Xalla, era mas importante el jaguar, la serpiente, el rango, los atuendos, la alusión a los dioses en todas sus formas de manifestarse ante nosotros. Yo no creo que el cuerpo mismo sea sagrado. Somos un instrumento de algo muy superior y mas imperecedero que nosotros. Lo sagrado son los símbolos que vamos construyendo y que nos dan un lenguaje para entender el mundo. Un lenguaje que permita unificar nuestro mundo conocido.

Algunos de mis ancestros, ofrendaron su vida en sacrificio en la pirámide de Quetzalcoatl, en un tiempo que parece querer olvidarse. Pero muchos insistimos en mantener viva la memoria y sus símbolos.. Todos y cada uno de nosotros, los que hemos nacido y crecido en Teotihuacan, sabemos que la vida es una ofrenda digna para nuestros dioses. La ofrenda personal, es un instrumento de dioses para el tiempo.

Hace mucho tiempo que quisieron tapar nuestro templo a Quetzalcoatl, pero fue en vano. Para nosotros el templo es la memoria de lo que somos: un pueblo religioso y guerrero. Aún oculto, seguimos yendo a orar en las paredes que quedaron en pie y frente a las que están ocultas. Podemos entender que haya cambios, no podemos entender que olvidemos a todos los que nos han hecho lo que somos.

Desde pequeño yo fui siendo preparado como guerrero en Atetelco con una reverencia profunda a nuestros dioses. Si, las 2 vertientes de Quetzalcoatl es el reinado justo y bien administrado, pero también las guerras y las alianzas de expansión. Insistimos no solo porque tenemos el poder y la fuerza, sino porque somos una opción de vida y de alianza que termina fortaleciendo a cada pueblo y a su gente.

Me enseñaron a usar con precisión las armas de acercamiento como el mazo, el palo conejero y el macuahuitl. También aprendí a usar las armas de distancia como el atlatl. Pero esos eran todos los oficios de mis guerreros de combate. Yo también fue preparado para dirigir comandos rápidos y enfocarnos en los puntos débiles precisos del enemigo. Fue enseñado a preparar la guerra.


Me enseñaron a formar alianzas, a agrupar a los comerciantes de cada rumbo para tener información de cada detalle de malestar, conflicto e intriga en cada reino con los que comercializábamos.

Así que fui siendo preparado para llegar a aquellos lugares hacia donde sale el sol en el invierno, y que tomaban mas de un mes para llegar ahí.

Eramos grupos de guerreros capaces de llegar a cualquier ciudad conocida. Nos tomó años desarrollar puestos de avanzada, con aliados en quien podíamos confiar y comerciar. Cada uno de ellos tarde o temprano buscarían llegar y asentarse con nosotros. 

Nos enseñaban que el recurso de la guerra total es la salida de quienes no saben formar alianzas dentro de las filas del enemigo. Eso lo aprendimos con nuestros aliados  locales y cercanos.  

Aprendí con dureza el uso de cada arma, aprendí a hacerlas de los materiales mas inesperados, aprendí a romper la obsidiana, pero también aprendí a dirigir a mis comandos y hacerles resistir cualquiera batalla por extenuante que fuese.

El engrandecimiento de Teotihuacan estaba en nuestras manos. Solo teníamos que confiar en nuestra fuerza, en Buho Lanzadardos y la gloria de Teotihuacan por los tiempo venideros.


Amigos y Aliados

Todo tenemos amigos y aliados desconocidos, de los que no sabemos mucho, hasta que platicamos con ellos. Pero un amigo y un posible aliado, es tan relevantes como el poder y la influencia que pueden y saben ejercer.

A la gente de Tres Zapotes y La Venta, solo los conocía por su pescado salado y seco que nos llegaba a diario a la ciudad. También nos llevaban fruta que nunca habíamos visto en Teotihuacan. Su lugar era todo verde, húmedo, caluroso y con agua que venía de los cuatro rumbos: dulce o salada.

Uno de esos comerciantes en jefe, era un visitante asiduo de nuestra ciudad, que nunca aspiró a convertirse en ciudadano permanente. Le decíamos Zapote Viejo. Me decía que eramos muchos y que los dioses a quienes honrábamos, eran los mismos a los que él honraba en casa, con otros nombres.

Un día después del festejo del año nuevo del 13 de Agosto del 375, Zapote Viejo y yo, caminamos de la Plaza de las Columnas hacia la Pirámide de la Luna, después que vimos al Sol iluminar por ultima vez en el año la pared oeste de su Pirámide. El camino estaba encendido, y los colores rojos parpadeaban con los rayos de la luna. Llegamos a la plaza de la Luna y le hice notar los hermosos y pequeños templos alrededor de la plaza y su estilo talud y tablero, que nos permitían decirle a la gente, en breve, todo aquello en lo que creíamos y todo aquello que nos hacía el centro del mundo.

Después de oírme, respetuosamente, me dijo: "Si, por eso me dicen mis abuelos que nosotros desarrollamos el talud tablero. También queríamos decir en breve todo aquello que es tan importante para nosotros. Todo aquello que importa desde que el mundo se hizo."

No lo interrumpí, ni lo increpé, porque Zapote Viejo era un amigo y un mayor que yo respetaba. Y porque no veía yo ninguna falta, en reconocer que nosotros eramos de hecho, la continuidad de una tradición que había iniciado miles de años antes que nosotros.

Admití lo que él decía, y le reconocí que eramos parte de una tradición milenaria y que Teotihuacan no se había hecho desde cero, ni habíamos olvidado a los ancestros, ni a los Dioses.

Por eso mismo le dije, es primordial que nos ayudes a ampliar nuestra ruta hacia La Venta, que nos ayudes a formar una guarnición local de guerreros tuyos, para defender la ruta y que nos ayudes a llevar nuestros productos a Palenque y desde Palenque.

Realmente no tuve que hablar mucho. Zapote Viejo era muy bueno para escuchar, entender y ver más adelante de lo que se decía. El mismo me dijo: "Compartimos dioses, compartimos arquitectura, compartimos una forma de co-gobierno en base a un consejo, por lo que no tengo duda que ayudarles a extenderse, es en beneficio de ustedes y nosotros. Cuenta con nosotros."

Yo tenía 17 años, y desde entonces y hasta que partimos a Tikal, en el 377, Zapote Viejo siempre estuvo adelante de cada uno de nuestros pasos, convencido de que, en buena parte, el futuro de su pueblo, estaba asociado al futuro de Teotihuacan.

Con Zapote Viejo nunca hablé de guerra, ni de expansión. Yo se que el lo sospechaba pero, siempre mantuvo clara su posición que ellos no deseaban extenderse, ni combatir. Solo querían comerciar y hacer aliados. Claro, preservando sus propias fronteras. Y yo le respeto su posición.

No volví a ver a Zapote Viejo hasta el 29 de Abril del siguiente Año. Nos encontramos en Tres Zapotes justo para ver al sol en su camino hacia el Norte y, allá en casa, iluminando de lleno la pared Oeste de la Pirámide en su nombre, por segunda vez. Para estas fechas ya las lluvias arreciaban por este rumbo húmedo y caluroso, cercano al mar.

Cuando nos encontramos, Zapote Viejo venía acompañado de Dardo Chueco, que era uno de sus guerreros y cuidadores de sus rutas de comercio. Un tipo callado, y por lo que yo oiría después, observador y reflexivo. De hecho, era su hijo.

Dardo Chueco era un guerrero excepcional que ni siquiera necesitaba acercarse al enemigo para fulminarlo. De el se decía que era capaz de fulminar a un ladrón aunque se ocultase en un árbol. A un lado o arriba de el. Caían heridos y a veces muertos.

Zapote Viejo me comentaba que justo hacía 10 días habían regresado de una compraventa realizada en un pequeño pueblo llamado Palenque, que no tenía un ajaw soberano al mando, pero que tenía gente industriosa, combativa y artística, que apreciaban el comercio con todos.

En su recorrido comercial, también visitaron un lugar que llamaban Kaminaljuyu, mucho mas al sur que Palenque y Tikal. En ese lugar se sorprendieron que ellos mismos hacían vasijas de tres patas, como las que hacían en Teotihuacan.

Pero lo que mas impresionó a Zapote Viejo, es decir a su hijo narrador que hizo el viaje, fue encontrar una pirámides, modestas, pero hermosas, que parecían sacadas de la plaza de la pirámide de la luna.  El mismo Dardo Chueco hizo un dibujo en la tierra de lo que recordaba de esa pequeña plaza.


Me sorprendí. Kaminaljuyu era, en los hechos, un pueblo que sabía de nosotros y apreciaba nuestros símbolos y nuestra ciudad.  Zapote Viejo no pudo decirme como había llegado todo esto a ellos. Pero Dardo Chueco me explicó.

"Tu, señor, puedes no darte cuenta. Pero cuando traemos, vasijas de tres patas, vasos, incensarios, cada pieza es apreciada y cuidada por los  artesanos. Pero no nos dan nuestro cacao, ni las plumas de quetzal, ni los trozos de jade, por los objetos. Nos pagan por las historias que les contamos."

"Les hablamos de la Calzada que lleva al supramundo de la Luna. Les hablamos de los enormes monumentos que son mas grandes que todo su pueblo. Y les hablamos de la historia de la Serpiente Emplumada. Y quieren oír cada detalle. Quieren saber de donde vinieron, Quieren saber que tan lejos están. Y quieren saber si hay agua, cocos, cocodrilos y jaguares."

"Yo mismo no conozco Teotihuacan, pero aquello que me platica mi señor, me deslumbra. Yo se que hicieron una ciudad de piedra, estuco y cal, donde nosotros hemos levantado todo con barro, lodo y carrizo."

"Les decimos que nosotros pensamos en los años, y ustedes piensan en los milenios.  Ellos no solo quieren las vasijas, ellos quieren las historias de un mundo que parece hecho por hombre diferentes."

Yo mismo me quedé atónito. No sabía que habíamos creado una leyenda así de grande, pero me hizo sentir el peso de defender una tradición de esfuerzo, persistencia y trabajo colectivo, de la que yo no era consciente, hasta ahora. Gracias Zapote Viejo.


1 comentario:

  1. Felicidades es una excelente relación, con muchos echos comprobables, veo que mucho es basado en las investigaciones de la Dra Manzanilla...el estilo de novela me encanta,ansioso de leer el siguiente capítulo te dejo un caluroso saludo

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