domingo, 5 de abril de 2020

La historia de Fuego que Nace (2): donde crecí.

Nací y crecí en el barrio de la Xalla, desde donde veía a diario la pirámide del Sol. Cada mañana la veía iluminarse en su ala oriente con lo que parecía encender el día, cuando ya muchos estábamos trabajando.



A nuestro barrio lo rodeaba una gran muralla  que protegía a los cuatro unidades habitacionales. Yo vivía en la estructura situada al oriente y ahí honrábamos en particular a nuestro dios de la lluvia. Mis vecinos del ala norte, adoraban a nuestro dios del fuego y la fertilidad; los vecinos del ala sur, se encomendaban a nuestro dios del monte, y los del oeste, a nuestra diosa del agua. Todos nuestros días iniciaban con encender un poco de copal o ramas olorosas, a nuestro protector, y repetíamos la oración que nos habían enseñado antes de agarrar rumbo junto con los otros.

Yo me daba cuenta que vivir en la Xalla me hacía diferente a los demás muchachos de la ciudad. Pese a que mis vecinos de la Xalla y yo nos sabíamos privilegiados, todos comíamos lo mismo: maíz, frijol, calabaza, amaranto, perro, guajolote, conejo, liebre y venado.

En unas habitaciones de la Xalla, vivían los familiares de los cuatro miembros del consejo que gobernaba la ciudad. Cuatro áreas dispuestas como un trébol de 4 hojas. Desde entonces, yo veía a Buho Lanzadardos y desde ese tiempo quise ser parte de los guerreros que estarían a su lado para engrandecer a Teotihuacan.


Uno de los otros barrios se llama Teopancazco. Ahí vivían gente del rumbo este de los pinos, y del rumbo húmedo del golfo. Todos ellos fueron llegando con sus familias, como proveedores de diferentes materias primas y productos de sus ciudades y aldeas. Con varios de ellos conviví antes de hacerme un guerrero. Con ellos aprendí los peligros que corríamos siendo la ciudad tan diversa y abierta que yo nunca he visto algo similar en todo lo que he andado.

De algunos habitantes de Teopancazco, aprendí a cortar la obsidiana y a ensamblarla en dagas, hachas y puntas de dardos. También aprendí a hacer atuendos de guerra Mientras aprendía yo todo eso, veíamos a sus familias hacer vasijas o pintarlas.


Me fui dando cuenta que para ellos era importante retratar el cuerpo sin fijarse en atuendos, símbolos y jerarquías. Pero yo no veía eso en la Xalla. Ahí era mas importante el jaguar, la serpiente, el rango, los atuendos, la alusión a los dioses en todas sus formas de manifestarse ante nosotros. Yo no creo que el cuerpo mismo sea sagrado. Lo sagrado son los símbolos que vamos construyendo y que nos dan un lenguaje para entender el mundo.

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